Una de las partes más importantes en el credo, es sin duda la parte en la que los católicos confiesan su creencia en el Espíritu Santo, y esto, más que palabras, es una verdadera vivencia y una realidad. No solo es Decir «creo en el Espíritu Santo», esto tiene que ser una testificación irrefutable de quien ha entendido en su vida, la poderosa acción que logra el Espíritu de Dios.Pero si no nos acoplamos con el Espíritu Santo, tal y como debería de ser.
No podremos contemplar las maravillas de sus acciones, la última parte del Credo se transforma por completo en un índice de fórmulas: Donde la Iglesia que conocemos se reducirá a una organización folclórica, la llamada comunión de los santos pasara a ser solo una teoría inútil, el perdón de los pecados seria simplemente un objetivo inalcanzable.
La resurrección de la carne seria un irracional deseo y la vida eterna una utopía delirante sin ningún valor.Cabe destacar que en la última Cena, Jesús hizo a sus doce apóstoles una poderosa promesa. Dijo; que no los dejaría «huérfanos», sino que enviaría al Espíritu Santo, quien será su «Consolador», que estará siempre con ellos y sobretodo «en ellos», recordándoles siempre todas aquellas cosas que él les había enseñado, guiándoles a toda verdad.
Sumado a lo expuesto, el Espíritu Santo según esa promesa donde afirma «Él estará en ustedes» (Jn 14, 17). Quiere decir; que antes Jesús estaba con ellos. Pero ahora, dejo de ser algo externo para convertirse en algo interno, estando igualmente a su lado, pero esta vez «dentro de ellos».
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